La mente ansiosa y los pensamientos que engañan


La mente de una persona con ansiedad no descansa. Aunque el cuerpo esté quieto, la cabeza sigue corriendo. Es como una alarma encendida todo el tiempo, incluso cuando no hay peligro. Esa mente está entrenada para anticipar lo peor, no por falta de fe o de voluntad, sino porque su sistema nervioso está en modo “alerta máxima”, casi como si la vida fuera una amenaza constante.


Quien vive con ansiedad muchas veces no distingue entre lo que puede pasar y lo que está pasando. La imaginación se mezcla con la realidad y crea escenarios que, aunque no han ocurrido, se sienten intensamente reales. Un mensaje que tarda en llegar puede convertirse en rechazo. Un comentario neutro puede sentirse como una crítica. Un día difícil puede parecer el principio del fin.


No es que esa persona quiera pensar así. Es que su mente, por protección, se adelanta a todo, tratando de evitar el dolor... pero en ese intento, termina generándolo.


Y es ahí donde los pensamientos errados aparecen: creencias distorsionadas como “no soy suficiente”, “todos se van a cansar de mí”, “seguro algo malo va a pasar”, o “yo no puedo con esto”. Son pensamientos que no se basan en hechos, sino en emociones amplificadas por el miedo.


La ansiedad distorsiona la percepción: hace que veamos amenazas donde hay calma, rechazo donde hay silencio, y fracaso donde hay simplemente un reto más. Pero lo más doloroso es que muchas veces quien sufre esto lo sabe, sabe que algo no cuadra, pero no logra apagar esa voz interna que le dice “prepárate, algo va a salir mal”.


Por eso, acompañar a alguien con ansiedad no es decirle que “todo está bien” o que “piense en positivo”. Es validar su emoción, pero también ayudarle a cuestionar con cariño esos pensamientos errados. Es enseñarle a distinguir entre lo que siente y lo que es real. Es recordarle que su mente es fuerte, pero que no siempre tiene la razón.


Y sobre todo, es recordarle que no está solo. Porque cuando alguien comprende lo que pasa dentro de esa mente inquieta, ya no hay juicio, solo comprensión. Y en esa comprensión, empieza la verdadera sanación.

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